Según la teoría más extendida, a 1909. Al parecer aquel año existió gran excedente de uva de gran calidad y los viticultores españoles (se cree que concretamente fueron los de la zona de Elche) optaron por repartir parte de la cosecha sobrante entre la población. La idea de que cada persona comiese una uva al compás de cada campanada surgió aquel año como un acto eventual, pero curiosamente ha acabado convirtiéndose en una sólida tradición.
Hoy en día, se acostumbra a comer las doce uvas por cada campanada en países como España, Perú, Venezuela y México, aunque en el país azteca se sirven normalmente en una copa de sidra. Otros países tienen sus propios ritos para comenzar el año nuevo. Así, en Honduras y Ecuador las familias crean un muñeco –en ocasiones relleno de fuegos artificiales- al que prenden fuego a medianoche del día 31 para simbolizar que dejan atrás el año recién terminado y reciben al nuevo con energía renovada.
Los italianos llaman “Notte di Capodanno” a la última noche del año e incluyen un plato de lentejas en su cena para desear un próspero año nuevo. Una tradición alemana que venera a San Silvestre estipula que se dejen los restos de la cena sobre la mesa hasta el día siguiente para asegurarse de que no falte comida en el año que comienza. En Japón, el reloj no repiquetea 12 veces a medianoche sino que lo hace 108 veces y cada una de ellas corresponde a la desaparición de un mal.
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