El ingenio alemán, que hoy disfrutamos en afortunados ejemplos como esos coches que tanto apreciamos, se hizo patente también en tiempos bélicos. A sabiendas del riesgo que para un soldado de infantería germano suponía asomar la cabeza tras una esquina o un árbol, los ingenieros crearon el Krummlauf para su uso con el fusil de asalto ligero Sturmgewehr 44.
Básicamente este accesorio consistía en un alargador curvado que se acoplaba a la boca del cañón del fusil, y que contaba con un visor periscópico para no tener que disparar a ciegas tras las esquinas o los árboles que servían como parapeto.
Se fabricaron dos variantes: la "I" que empleaba la infantería, y también la "P", que se usaba desde el interior de los tanques para despejar los ángulos muertos del acorazado de tropas de infantería enemigas. Así mismo existían versiones con curvaturas en ángulos de 30º, 45º, 60º y 90º.
Se trataba de un arma experimental que no fue fabricada a gran escala. La más extendida fue la "I" con doblez de 30º.
Lejos de ser perfecto, y a pesar de la ventaja ofensiva que suponía por su factor sorpresa, y de la "supuesta" seguridad defensiva que ofrecía al que la disparaba, este accesorio presentaba varios inconvenientes:
1) Tenía una vida útil muy corta: apenas 300 disparos para la versión de 30º y 160 disparos para la de 45º.
2) Las balas tendían a fragmentarse en cuanto atravesaban el cañón curvo, por lo que en lugar de disparar una bala terminaba mandando una ráfaga de mini-metralla.
3) Siempre existía el riesgo de que la bala explotase por acumulación de gases. Para evitarlo el Krummlauf incluía dos aperturas laterales que actuaban como válvulas de escape.
4) Debido a la fragmentación de la bala, se dice que era del todo inútil a larga distancia. Aún así el arma resultaba letal en las distancias cortas. Al parecer con el cañón curvo "I" curvado 30º se podía alcanzar a una agrupación desde una distancia de 100 metros.
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